viernes, 22 de marzo de 2013

Esencia

La amaba profundamente, sin dudas. Compartían desde el primer suspiro matutino hasta el café de cada medianoche. Respiraban casi a la misma vez, se vestían juntos, nada los diferenciaba excepto el sexo: ella y él. Vivían armoniosamente y formaban una dupla difícil de igualar. Se complementaban como fichas de dominó. Al dormir, soñaban lo mismo. Cada uno en su sueño representaba lo que el otro veía de su pareja. Despertaban y compartían las experiencias. Hacían sus vidas, cada uno tenía su trabajo; pero al llegar a casa eran solo una entidad. Se habían conocido en la caja de una vieja librería que ambos frecuentaban, donde se conseguía todo aquello que en otro espacio no tenía lugar. Increíblemente, ambos encontraron allí lo que ningún otro lado les había ofrecido: la posibilidad de amar sin límites. Para los conocidos de ella, él era absorbente en exceso. Para los amigos de él, ella era el problema. El origen del dilema radicaba que tanto para él como para ella, su otra mitad era parte de su persona y no podía aceptar críticas al respecto. Así fue como perdieron vínculos importantes como amigos, familiares, compañeros de trabajo. Solo eran ellos dos en sus mundos. Pero esto no significaba un obstáculo, sino que al contrario constituía la posibilidad de vivir más a pleno ese amor. Ese loco amor, casi irreal. Era sentir la pasión con sólo un cruce de miradas. En otra vida quizá habían sido princesa y plebeyo, o tal vez, él un terrateniente y ella una esclava… Algo había marcado a fuego esa relación, sellado firmemente el lazo y eso ocasionaba que se sintieran tan profunda la vida de esa manera. Hasta que el día llegó. Tomaron el café como siempre, ella escuchó mientras él leía el libro que disfrutaban al llegar la hora. Luego ella se durmió, él dejó el libro justo debajo de la cama y se dispuso a dormir también. La besó y abrazó muy fuerte antes de dormirse profundamente. Las horas de la noche fueron pasando. Los autos afuera, las fases del sueño también. Una lluvia celestial se hizo presente y con cada gota que cayó, la vigilia fue más profunda. Sus almas se unieron para formar algo mágico y fuerte; casi tanto como una sola unidad. Todo empezó con un sueño hermoso donde ambos caminaban a la par a la orilla de un extenso y claro río. La escena perfecta, tomados de la mano y sólo una brisa los acompañaba en el caminar. Como cada sueño, ambos vivirían lo mismo y al despertar lo compartirían como cada mañana. Pero en un momento dado ella se desprendió de la mano de su amado y comenzó a caminar cada vez a paso más ligero. Él la llamó, invocó su nombre a los gritos pero era un sueño de esos que uno pierde la capacidad de gritar. Sintió como la distancia que estaban tomando lo lastimaba. “Amor, ¿qué pasa? No entiendo”, quiso gritar. Era en vano, las palabras no salían. Tendría que despertar y preguntarle qué era lo que estaba ocurriendo entre ellos. Pero el sueño seguía su curso, nada podía hacer al respecto. Hasta que la noche pasó y al amanecer no pudo contener las ganas de quitarse la duda y cuando ella despertó le preguntó por qué en el sueño huía. Ella no supo explicarlo, era la primera vez que no estaba en ese sueño, era la primera vez que no pasaban por lo mismo una noche. ¿Era una señal? El día los encontró diferente, ella estuvo distante sin siquiera quererlo quizá. Él se preocupó e intentó amarla de tal modo que ella siguiera sintiendo lo mismo. Pero algo se había perdido y no podían dar cuerda hacia atrás. Al anochecer se besaron y el sueño la venció. Él sintió miedo por no saber si ella estaba generando esa distancia o si sólo había sido algo ajeno a ellos. Quiso resistirse pero sus párpados cayeron. La escena continuó tal como había finalizado la noche anterior. Ella comenzó a correr, sin siquiera darse vuelta a ver qué hacía él. Y él, sin poder contenerse comenzó a seguirle el ritmo al tiempo que intentaba gritar y el llanto envolvía sus palabras. El río cada vez se embravecía más, los sentimientos se volvían desesperantes. Hizo fuerza para despertarse, no podía tolerar esa situación. Todo se oscureció. Ella comenzó a adentrarse en el río. ¿Qué estaba haciendo? Necesitaba detenerla. ¡Amor, detengamos esto!, intentó expresar. Nada cambió. Quiso acortar la distancia pero la perdió de vista, el agua la había tapado. La noche había transcurrido. Se despertó con lágrimas recorriendo sus mejillas. Se alivió al ver que ella seguía a su lado. La llamó, necesitaba despertarla y preguntarle si eso sí había vivido también o si la noche anterior se hacía nuevamente eco en sus vidas. La zamarreó. La abrazó. La besó. No respondió. Sintió que había perdido la esencia del amor. Ni siquiera atinaba a abrir los ojos. Se acercó a su rostro, ni siquiera respiraba. Se desesperó y comenzó a moverla intentando captar alguna señal. Nada, la muerte en su persona reinaba. Sintió culpa por no haberlo evitado. El sueño le estaba avisando lo que ocurriría… Y ahora comprendía, ella no lo había decidido por eso tampoco lo había vivido la noche anterior. Era tarde para llorar, era tarde para amarla… Sentía que podría haber hecho lo necesario para que ella estuviera ahí con él, dispuesta a vivir otro día más… Quiso adentrarse en el sueño de nuevo, pero no pudo. Ya no estaban los dos, era imposible. Silencio. Quién entendería lo que había ocurrido. El amor había matado y ahora él deseaba que ese loco amor matara una vez más, quizá así, se aliviaría un poco ese dolor tan fuerte en el pecho y podría verla de nuevo, sentirla viva una vez más, aunque más no fuera, en otro plano alejado del terrenal.