lunes, 26 de septiembre de 2011

Si hay Dios en el desierto.



El Sol comienza a iluminar el paisaje y da paso al amanecer en Africa Subsahariana
Algunos voluntarios, llegados desde Sudamérica se despiertan para buscar el sentido de ese nuevo día. Las aves de rapiña sobrevuelan el área; una brisa caliente golpea el rostro de aquellos que contemplan el horizonte, pensando en cuan diferente se vive del otro lado del majestuoso océano. La rutina se inicia nuevamente.
Las tiendas realizadas precariamente son el paraíso de quienes han nacido en aquellas tierras dominadas por el demonio.
Simón fue enviado allí, en medio de una misión como ayuda humanitaria. Cada día se siente más parte de todo aquello y aunque muchos no han logrado soportar, otros tantos sí, y eso le da el sentido de seguir allí luchando día a día con la muerte.
A veces siente que es sólo un objetivo más, utilizado por quienes dominan para saciar sus ambiciones. Lo evidencia cuando los materiales no llegan o las cantidades no son las requeridas; es ahí cuando comprende el funcionamiento del sistema y se reprocha no poder hacer nada por el cambio. Tantos niños en juego…
Sólo lleva en su haber dos décadas y media y algunas arrugas ya se asoman en su piel —son signos de las dificultades que ha logrado superar—. A cada momento, cuando llegan esos pequeños a brazos de otros voluntarios siente como la vida y la muerte pelean por ganar territorio. Esos chiquillos casi arriban a las tiendas con sus almas entregadas; tan frágiles y a su vez combativos; casi sin comer ni beber por días. ¿Quién llorará por esos ángeles? Si ni sus padres saben qué es lo mejor para ellos.

Algunos pasos marcados en la arena se borran rápidamente con las ráfagas de viento que anuncian que la tarde está llegando.
Simón decide ir a caminar, buscando quizá un sequito de vida en tanta soledad. Para ello, va dejando algunas marcas en el camino, las cuales le indicarán el camino de vuelta.
Ya un rato ha transcurrido, cuando de entre algunos pastizales oye un suave murmullo; falto de fuerzas. Al asomarse, la escena le estruja el corazón.
Agonizando, ve un niñito de pocos meses, cuya respiración se va extinguiendo. La muerte está actuando.
Sin dudarlo, lo toma y corriendo busca el camino de regreso a la tienda. El atardecer a su espalda amenaza con dejarlo a medio camino.
Al llegar, inyecta algunas medicinas en su indefenso cuerpito. Se le hace difícil encontrar las ramificaciones donde aplicarlas pero casi adivinando lo logra.
Los ojos del pequeño comienzan a cambiar, y en esa mirada Simón descubre lo más hermoso que ha visto.
Esa mirada que minutos antes pedía que la muerte no tardara, ahora tiene una luz especial. Simón nota que hay algo que quizá todavia exista en el desierto…

Parece que finalmente, Dios no los ha abandonado aún.

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